Nadie nace sabiendo cuidar. Lo aprendemos, como todo. Sin embargo, no es novedad que las mujeres cuidan primero, cuidan antes y cuidan más. No es una ocurrencia, las cifras, la información y la historia lo confirman. Y no solo eso, las estadísticas y los testimonios a nivel mundial reflejan que las mujeres cuidadoras informales ganan menos dinero, tienen menos tiempo personal, se sienten más solas y se enferman.
Cuando hablamos de cuidadoras informales nos referimos al abrumador grupo de mujeres que están a cargo de alguien que aman y que son su único apoyo ante la enfermedad, la discapacidad y las emergencias. Y cumplen este rol fundamental para sus familias, y sus comunidades, sin formación, sin información, sin protección social ni laboral; invisibilizadas, tropezando, fracasando y volviéndolo a intentar.
LA ECONOMÍA DE CUIDAR
Las cuidadoras realizan una labor de inmenso valor para generar bienestar social, un aporte concreto que algunos estudios estimaron, en España, en 2014 (mucho antes de la pandemia que todo lo agravó), en 40 mil euros [1] por persona en situación de dependencia. En Estados Unidos, el valor aportado por las y los cuidadores informales (donde el 75% son mujeres) alcanzó un total de $470 mil millones en 2013, el valor del cuidado no remunerado superó el valor de la atención domiciliaria pagada y el gasto total de Medicaid en el mismo año, y casi igualó el valor de las ventas de una de las empresas más grandes del mundo, Wal-Mart ($477 mil millones). [2] En un estudio de 2019, la cifra de cuidadores en México constaba de 90 millones [3] de personas mayores de 12 años realizando trabajos de cuidados en sus hogares sin recibir remuneración, con el 71% de las horas dedicadas a estos cuidados cubiertas por mujeres. Este enorme aporte económico de las familias pasa desapercibido para los estados. A este aporte obligado, se le suman los costos (de todo tipo) que “pagan” las personas cuidadoras.
"Las mujeres realizan más del 70% de cuidados no remunerados, donde la mayoría de las veces es invisibilizado junto con la persona que lo realiza”, indica Irais Bonilla [4], directora de Plenitud y demencias y vicepresidenta de la Federación Mexicana de Alzheimer.
Las y los cuidadores “pagan” las consecuencias de la falta de regulaciones que apoyen a cuidadores, con apenas algunos países con estrategias (de prevención, de asistencia, de apoyo, etc.) mal implementadas y poco universales, que no impiden que las personas cuidadoras pierdan sus empleos, sus sueldos por licencias, reduzcan sus horas productivas, o tengan que renunciar a puestos de responsabilidad o a un trabajo formal, al no poder compatibilizar las dos tareas. Además, las personas cuidadoras paulatinamente van cediendo sus tiempos de ocio, de afectos, de relaciones por las exigencias de los cuidados. Y también pagan con su salud, porque se enferman física y mentalmente a consecuencia de su trabajo de cuidar. Generalmente solas y sobrecargadas, son las más desatendidas.
LA RESPONSABILIDAD COLECTIVA DE CUIDAR
El derecho a ser cuidado, a cuidar y a cuidarse debe ser respetado y remarcado en todas las políticas de salud, en la cobertura sanitaria universal y en el continuo de la atención.
Monin Piris, cuidadora familiar y activista por los derechos humanos en Paraguay, plantea la necesidad urgente de crear una nueva agenda de cuidados que tenga en cuenta a los derechos humanos y las políticas públicas. “Cuidar sola, sin redes, sin políticas públicas, sin servicios accesibles se constituye en una situación de explotación de las mujeres, en una una romantización de los cuidados."
Piris plantea desrromantizar los cuidados, y también desfamiliarizarlos. Para Piris, uno de los pilares a trabajar es el mito del amor romántico por el cual las mujeres son las que tienen que cuidar. Somos malas hijas o malas madres si no queremos cuidar hasta el límite. “El mito del amor romántico ha sostenido todas las violencias, todas las explotaciones, las discriminaciones y también el trabajo de los cuidados de las mujeres. Tenemos que romper con esa lógica de los cuidados y cómo está estructurada, porque no le garantiza derechos ni a las poblaciones que acompañamos, ni a las familias ni a nosotras. La explotacion de las mujeres sostiene los cuidados de nuestras sociedades”. [5]
En el marco del Foro, Ana Laura Baez, enfermera geriátrica, cuidadora formal e integrante de la Red Latinoamericana de Cuidadores (RLC), plantea que la persona que cuida, también está herida, tiene el corazón herido porque ama a la persona que cuida. Claudia Ramos Enciso, también de la Red, y quien dice haber sido cuidadora “toda su vida”, hoy trabaja cuidando cuidadoras. “Esto es un compartir, lo operacional se aprende pero la comprensión de cómo nos debemos cuidar es lo importante, porque la mayoría somos cuidadoras heridas".
UNA SOCIEDAD DE CUIDADOS
El impacto y la cantidad de cuidadores no remunerados está creciendo en todo el mundo, pero esto no se refleja en las políticas públicas para cuidadores. Un informe de Frontiers in Public Health [6] de 2022, indica que en el caso que existan este tipo de políticas no se enfocan en las y los cuidadores o bien están fragmentadas, son incoherentes y se vuelven inútiles. Incluso en países donde hay servicios bien desarrollados, como Australia, el 80% del cuidado lo brindan las familias.
Las políticas para cuidadores no solo deben aliviar la carga y acompañar las necesidades, sino que deben apoyar a las y los cuidadores para que florezcan como personas. Actualmente, hay poca consistencia en políticas y programas globales para apoyar a cuidadores y no hay un marco común. Pero, como plantea Monin Piris, no solo se trata de lograr mejores condiciones para cuidadores o capacitaciones sobre cómo cuidar o de recibir una remuneración; en el centro de las políticas deben estar las mujeres y sus necesidades. “Yo quiero cuidar en sociedad, quiero que me cuiden y que el estado me cuide, tenemos que plantear una sociedad de cuidado”.
La agenda de cuidados tiene que integrarse en la agenda de derechos humanos, en la agenda de salud universal, porque las mujeres no queremos seguir cuidando solas en un sistema “que no nos reconoce, que nos está matando, pero no solo a nosotras, sino abandonando a las poblaciones que estamos acompañando y cuidando”.